¿Quién es paciente de quién?

Margarita Vilá

Voluntaria y psicóloga de la Fundación María Cecilia de Ayuda al Niño Oncológico (Argentina)

Tenía 19 años cuando llegué a la Fundación por primera vez. Joven, y con ganas de ayudar en algo. Lo que no me imaginaba era cuánto me iban a ayudar a mí.

Sinceramente, nunca imaginé que la ayuda iba a ser con este tipo de enfermedades. Pero la vida tiene sus misterios y sin entender demasiado cómo, de golpe ya era voluntaria. Colaboraba en la salita de juegos, donde los niños se divierten mientras esperan ser atendidos por los médicos. Después, con el tiempo, también iba a visitarlos y a jugar con ellos cuando les tocaba estar internados. Y así fueron pasando los años… y me quedé.

Hoy, 16 años después, me sigo quedando y soy una de las psicólogas del equipo tratante. No me quedo por inercia, me quedo porque sano. Me quedo porque aprendo. Me quedo por lo que comparto con otras personas y por lo que crecemos juntos. Me quedo porque acá comprendí la importancia de ayudarnos los unos a los otros, de caminar juntos, de poder apoyarnos en alguien. ¿En qué momento nos hicieron creer que estábamos solos? Cuánto daño nos trae esa falsa creencia. Si al final…. la soledad es un cuento.

Acá comprendí la importancia de ayudarnos los unos a los otros, de caminar juntos, de poder apoyarnos en alguien.

Es extraño cómo el lugar que me llevó a entrar en crisis profunda de sentido, por lo injusta que me resultaba la enfermedad, es el mismo que hoy trae sentido a mi vida. Lo que me confrontó con la fragilidad de la vida, es lo que me enseñó a vivir mejor.

Han sido muchas las veces que pensé en dejar, en irme. Tuve crisis de todo tipo y color. Porque también DUELE. La vida, duele. Ojalá aprendiéramos esto desde chicos para así estar más preparados.

Hoy entiendo que pretender que la vida no duela es lo mismo que vivir anestesiados. Y si elegimos vivir anestesiados, acorazados, no evitamos sólo el dolor, también nos arriesgamos a vivir sin sentir amor.

En la Fundación aprendí cómo en las situaciones más desafiantes, lo superficial cae. Se pone en pausa. Y entonces aparece lo bello. Lo inesperado. Y sólo importa lo importante: el afecto, los vínculos… Fui testigo del amor inconmensurable que los padres sienten por sus hijos y también del que los niños sienten por sus padres -se sorprenderían de cómo cuidan de ellos-.
Vi en médicos, enfermeros, voluntarios, psicólogos… las ganas genuinas de querer ayudar a alguien.

En las situaciones más desafiantes, lo superficial cae Y entonces aparece lo bello. Lo inesperado. Y sólo importa lo importante: el afecto, los vínculos…

Vi que sólo en situaciones tan límite aparece lo trascendente. Pareciera que son como atajos para volver a encontrarnos, a unirnos.
Por supuesto, yo tampoco querría que fuera así, mediante una enfermedad. Pero ahí, una vez más, toca rendirme ante el misterio de lo doloroso y lo profundamente amoroso… lo hermoso y lo difícil. Todo junto. De la mano.

En su libro Los Guachos, Roberto M. Torres lo nombra de una manera que a mí me hizo sentido. Él dice: “Comprendí que la realidad era más sabia que mis deseos. Durante mi vida entera me había figurado, caprichosamente, cómo debían ser las cosas. Sin embargo, el destino no llegó del modo que yo creía que debía hacerlo, según mi pequeña mente. Mis días se transformaron a partir de eso. Comprendí que la vida es todo, construcción y destrucción, amor y odio, pérdidas y ganancias, todo. Suertes y desgracias, también, ¿Por qué no? ¿De qué descabellado lugar había sacado yo que las cosas no eran así o que debían ser de otro modo?” Claro. La vida es TODO.

Los pacientes y sus familias me mostraron que todo lo que importa es el amor; el que compartimos y el que proporcionamos a cada cosa que hacemos y a cada situación

Aún me es difícil. Pero intento no cuestionarlo tanto. Nomás me entrego e intento confiar en que la realidad es más sabia que mis deseos. Y no quiero anestesiarme para que no duela. Vivir sin arriesgarme a amar. A mis pacientes. A sus familias. Porque entonces me perdería el lazo que nos une y el valor de compartir vida. De dejarme interpelar por ellos y descubrir mis propios dolores y mis miedos también. Ellos me mostraron cómo es realmente tomar la oportunidad de la vida. Qué cosas priorizar en mi vida personal, cómo poner más amor en mis vínculos y expresarlo. Me mostraron que todo lo que importa es el amor que compartimos. El amor que proporcionamos a cada cosa que hacemos y a cada situación.

Por eso, a ellos, los pacientes y sus familias, por siempre… TODO MI RESPETO.
Gracias por dejarme estar. Por acompañarnos. Por lo caminado juntos.
Entonces…en la interdependencia que nos caracteriza como especie… ¿Quién es paciente de quién?



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