Olivia
María José Pagliere, madre de Olivia
Fundación María Cecilia de Ayuda al Niño Oncológico. (Argentina)
Me acuerdo de que cuando mi hija Olivia recibió la primera dosis de quimioterapia dejó de hacer las cosas que habitualmente hacía o le gustaban. Ella pintaba y dibujaba mucho y de un día para el otro dejó de hacerlo. Se refugió mucho en la música. Se ponía los auriculares y parecía transportarse a otro lado. Miraba mucha televisión, pero quería hacerlo conmigo a su lado. Diría que no quería hacer nada si yo no estaba con ella.
Tenía 11 años cuando comenzó y tenía que acompañarla al baño y hasta dormir en su cama… También volvió a querer estar con los juguetes o cosas que eran de cuando era más chiquita. Rescatamos muñecas y demás juegos casi infantiles para su edad. Nosotros –mi marido, mi otro hijo y yo- decidimos acompañarla en todos esos cambios, sin juzgar. Ese detalle le dio mucha tranquilidad y para nosotros era fundamental que estuviese segura y tranquila.
Para mí también cambió todo… No quería despegarme de ella. La primera vez que salí a ver a mis amigas no veía la hora de volver a mi casa para estar con Oli.
Todo lo que hacía en mi día pasó a un segundo plano. Lo único que quería era estar con ella. Y juntas queríamos estar en silencio o escuchando música sin tener que hablar.
A partir de ahí no me separé más. Todo lo que hacía en mi día pasó a un segundo plano. Lo único que quería era estar con ella. Y juntas queríamos estar en silencio o escuchando música sin tener que hablar.
También empecé a sentirme agobiada si estaba en un lugar con mucha gente, si me hablaban mucho o si se estaban riendo. Solo podía reírme con ella o con mi otro hijo.
Otra cosa que recuerdo que no pude hacer durante el tratamiento y por un tiempo después fue escuchar las noticias o leer el diario.
No era que yo estaba enojada, ni de mal humor. De hecho, la gente no se daba cuenta. Se me veía muy tranquila y me sentía fuerte y optimista. Muchas veces era yo la que tenía que tranquilizar a mi familia o a mis amigas.
No quería que me viese triste… Ni llorando… Por supuesto yo estaba devastada y muchas veces lloré en soledad, pero ante sus ojos yo era todo paz y seguridad.
No quería que Oli tuviese ni una pequeña duda de que lo que estaba pasando iba a terminar bien, que se iba a curar y que pronto íbamos a estar riéndonos todos otra vez.
Hoy, visto desde la distancia, creo que lo hice porque no quería que Oli tuviese ni una pequeña duda de que lo que estaba pasando iba a terminar bien, que se iba a curar y que pronto íbamos a estar riéndonos todos otra vez.
Y si me veía a mí mal ¿Cómo podría convencerla de que iba a estar todo bien?
No fue algo que me propuse, simplemente me salió así.
Para mi marido fue diferente. Él, casi no pudo moverse mientras duró todo; estaba totalmente bloqueado.
Fue difícil sostener la pareja, pero pudimos frenar, pensar y darnos cuenta de que las personas te pueden decir muchas cosas, darte los mejores consejos con todo el amor del mundo, pero cada uno lo vive de manera diferente y hace lo mejor que puede con el dolor indescriptible que significa ver a un hijo pasar por algo tan fuerte.
Después de un tiempo todo se vuelve a acomodar, nunca igual que antes, pero uno vuelve a reírse y a disfrutar, valorando la vida y a la gente mucho más.